Había una niña que jugaba en el bosque con fantasmas que cargaban sábanas blancas. Todos bailaban alrededor de preciosos tulipanes.
La niña se convirtió en una adolescente, entonces los bailes se terminaron, en su lugar ella ahora escribía, mientras los fantasmas jugaban a su alrededor. A veces ella lloraba y se sentía sola aun cuando ellos la abrazaban.
La adolescente se convirtió en una adulta joven, su cabello estaba revuelto, sus ropas estaban sucias. Llego a ese bosque y arranco todos los tulipanes. Alejo a los fantasmas quienes lloraron sin parar.
El bosque comenzó a secarse y la Luna roja apareció en el cielo. Los fantasmas tiraron sus preciosas sábanas blancas, ahora eran criaturas deformes con colmillos. La adulta se rodeo de ellos para nuevamente bailar al ritmo de gritos desesperados.
Los monstruos le gritaban que era una inútil, una mala persona, que era una fracasada, que todo lo que había anhelado por años no iba a pasar, que no podía mejorar, que ahora era la bacteria que enfermaba al bosque, que era la asesina de los fantasmas que en su tiempo fueron sus amigos.
Los fantasmas que no eran más que una representación de su valentía, su fuerza, su poder y de que los miedos son cosas que van a estar con nosotros, pero que se pueden vencer mientras creas en ti.
Desgraciadamente fuera de aquel bosque estaba el mundo real, con personas que habían perdido su luz y su camino, que querían que otros también lo hicieran y eso paso.
El mundo consumió la mente de la adulta y mataron a la niña, mataron a la adolescente y sólo quedo ella, un cadáver que se movía por inercia.
Fue así que comenzó a matar al bosque que representaba a su alma. Y los fantasmas ahora eran terrores nocturnos que la hacían temblar y vomitar. Ahora eran lo que la hacían autosabotearse y anhelar morir.
El bosque estaba en llamas, ardía mientras ella anhelaba que las llamas la consumieran, pero entonces escucho a lo lejos una voz que tarareaba. En medio del bosque había un lago, en este encontró a una niña con el rostro sucio. La niña la miró y le sonrió con lágrimas en los ojos: “esta no eres tú” dijo, y se hundió en el lago convirtiéndose en orquídeas.
Escucho un llanto detrás de sí, vio a una adolescente con el cabello verde, era hermosa, pero las lágrimas oscurecían su rostro: “somos más que esto” dijo y limpió sus lágrimas. “No estamos enojadas contigo, no importa sino seguiste la línea recta, sino tenemos riquezas o sino terminaste en tiempo, sólo queremos que vuelvas a ser tú y no lo que ellos quieren que seas.” La chica sonrió y se desvaneció en cientos de mariposas azules.
La adulta cayó sobre la húmeda tierra, sabía que aquellas dos nunca iban a volver, sabía que las cosas nunca pasaban dos veces de la misma forma, pero sabía también que esta nueva persona había nacido como un mecanismo de defensa. No era una tormenta destructiva, más bien era la refrescante lluvia en medio de una sequía.
El fuego se detuvo, el bosque quedo con daños que sabe le tomara años reparar, porque así sucede cuando dejas que el mundo calcine tu verdadero yo.
Los monstruos fueron abrazados por ella, algunos poco a poco vuelven a ser una tenue luz que se esconde tras una sabana blanca, otros aún son feroces bestias que intentan sanar.
Los miedos no pueden apaciguarse rápidamente, pero pueden controlarse.
Y aquella noche en que de las cenizas nació un tulipán y que la luna brillo de nuevo aperlada, un fantasma le susurró al oído: “tú puedes” y la adulta sonrió y sabía que la niña y la adolescente sonreían desde allá, en donde quiera que estén.
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