Sé cuándo comienzo a estar mal, porque los primeros pensamientos sobre morir aparecen y no se van. …
Lo sé porque las cosas simples que me hacían sentir viva no me provocan nada.
Después de casi 2 semanas sin ver a mis compañeros trate de sentirme feliz, pero desde que vi al primero llegar tuve que forzar esa emoción; la realidad era que no estaba sintiendo nada. Las horas avanzaron, terminamos yendo a la “casa” de uno de ellos. Fue una tarde en donde por minutos me sentí bien, es que yo estaba bien.
Una tarde con ellos cocinando pizza casera, chistes, risas, vodka, el frio que no era suficientemente fuerte para quebrantar la calidez que esas personas te pueden hacer sentir. Pero yo ya estaba congelándome. Lo supe cuando vi a la luna con esa maldita nostalgia.
La oscuridad llegó por completo en el momento menos indicado, como un apagón mundial en la mitad de la noche cuando tratas de estudiar para un examen importante al día siguiente. Te desespera, te asusta, quieres gritar a todo el mundo, quieres que te ayuden, que alguien te ilumine, pero sólo te rompes en silencio con todos esos pensamientos. Mientras ellos reían, mientras yo trataba de reír, estaba intentando, juro que intente no romperme, pero falle.
Mis padres, mis amigos, la gente que me rodea , siempre han visto a una chica loca que se enoja de la nada. No saben, y sé que no deben saber que en realidad, lo que ellos llaman enojo, no está dirigido a ellos sino a mí, porque me molesta no ser capaz de controlar esa nostalgia inmensa que me ataca en los momentos menos indicados.
Sino respondo, sino los miro, si sólo me ven respirando lentamente, es porque estoy intentando no romper en llanto y gritarles que me ayuden a apagar esas malditas voces en mi cabeza que dicen:
No eres suficientemente buena, eres la peor, no deberías estar aquí, este no es tu lugar, eres mala, eres la peor, todos te miran y saben que eres una buena para nada, todos saben que no sirves.
Y mientras todos miran a una chica enojada, yo trato de callar esos ecos.
Arruine todo, los hice creer que no estoy agradecida, cuando la verdad es que por más que trato de evadir el sentimiento de “querer,” yo quiero a esas personas porque sin ellos estaría aún peor. Sé que algún día tendré que hablar con los que me rodean, hablarles de esto en vez de escribirlo. Pero no sé cómo, porque no quiero ser juzgada, no quiero que me traten diferente. Porque en 2018 las enfermedades mentales son vistas aún como un pretexto, como una moda. ¿Pero quien querría vivir esto que acabo de escribir?
Camino a casa vimos un conejo al lado del camino, mi compañero que venía manejando grito “mira, un conejo,” y lo vi allí, tan pequeño, tan lindo. Sentí que la oscuridad se disipó un poco.
Ellos gritaron mi nombre varias veces…
Yo, odie quien soy.
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