Ella nunca se había enamorado, era algo así como una ermitaña atrapada en la burbuja de su propia fantasía. Cantaba historias trágicas provenientes de un mundo inexistente, de la ficción que le otorgaban los libros y las animaciones.
Ella no sabía lo qué era el amor, ni conocía los síntomas que acompañaban a este sentimiento. Pasó así 20 años.
Un día, en el salón de clases, escuchó una voz que la hizo alzar la vista. Conoció entonces al dueño de aquel tono que le parecía armonioso, luego de unos segundos nuevamente miró a la nada, no le importó mucho aquel muchacho.
Las semanas pasaron, su corazón comenzó a enfermarse, pues cada vez que aquel muchacho pasaba a su lado, se aceleraba. Cuando hablaron por primera vez, pensó que moriría de lo rápido que latía su corazón, al punto en que pensó que éste abandonaría su pecho en cualquier momento. Siempre que se topaba con su sonrisa, otra vez esos síntomas incomodos aparecían y por eso mismo, se le dificultó el hablar con él.
No entendía qué pasaba, ¿por qué se sentía tan extraña? Sólo estaba segura de que debía alejarse de él. Pero él era tan amable.
Un día dijo que ella era interesante. Inconsciente ella sonrió para sí misma.
Los días continuaron su paso. Una tarde él se acerco ala insegura chica y le dijo:
—Creo que sé por qué me evitas. — En ese momento ella sintió el peso del mundo caer sobre sus hombros, al mismo tiempo que parecía que alguna especie de licuadora molía su estómago.
¿Cómo es que él sabía lo que ella no entendía?
— Creo que estás enamorada de mí, ¿no? — dijo con una indulgente sonrisa, de esas que son hermosas, con un toque perfecto de melancolía.
— No sé — a penas y pronuncio, pues dentro de ella había estallado una guerra entre todos sus sentimientos. Entre sus ganas de correr lejos de él y su curiosa necesidad de permanecer a su lado.
— Yo creo que sí. He notado que te sonrojas cuando te saludo, soy el único con el cual casi nunca hablas, en realidad, me evitas, y te pones tensa, nerviosa, justo como ahora.
—¿Eso significa que me gustas?
— Sí, creo.
— Lo siento, no fue mi intención, no lo pude evitar, esta es la primera vez que me pasa algo así. — confeso al fin ella mientras asimilaba lo que significaba su supuesta enfermedad. Sólo podía disculparse por sentirse así, por no haber podido evitar aquello.
— No importa, pero… sabes que tengo novia ¿cierto?
— Sí, lo siento, por eso es mejor que siga como ahora ¿no?, evitándote.
— Sí.
— Está bien —. Susurró mirando a sus zapatos, mientras que en su mente repetía una y otra vez “lo siento.” Tal vez si ella nunca hubiera alzado la vista para conocer al dueño de aquella voz, o quizá si sólo hubiese luchado más por curarse de ese sentir, probablemente si hubiese actuado más “normal” frente a él, no estarían en esa situación, quizá hubiesen podido ser amigos, porque algo era seguro, él era la persona correcta para ella, pero no vivían en el tiempo correcto.
El, de alguna forma era adecuado para aquella chica tímida y sola, y muy en el fondo de su alma lo sabía, por eso la afronto, por eso le dijo adiós, porque era más egoísta mantener el sentimiento vivo cuando este no se puede corresponder, porque sus vidas se cruzaron en el momento incorrecto, y así debía terminar todo, con un final que no estaba mínimamente cerca de la felicidad.
Ella sonrió sinceramente, pues era la primera vez que se enamoraba, no sabía cómo lidiar con aquello, sólo quería alejarse del causante de aquella emoción.
El la miró taciturno, sonrió ligeramente, y luego se alejo lentamente. A pesar de que la chica deseaba sanar, cuando lo vio irse, pudo jurar que algo dentro de ella se rompió. Sin darse cuenta una lagrima todo por su mejilla; la limpio con la manga de su chamarra y dejo aquel lugar.
Al día siguiente se encontraron en el aula, como siempre, como antes de que ella escuchara su voz y captara su existencia. Ella ya no era interesante y él ya no podía hacer latir su corazón tan rápido y vivaz como antes.
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