Estaba frente a mí, nunca la hubiera visto si sus ojos no se hubieran posado en mí, y a partir de ese momento no la pude ignorar.
Sus ojos color miel me alentaban, me hacían querer sonreír,
su piel blanca, casi pálida, me invitaba a conocer su textura,
su cabello dorado y un tanto largo me hacia perderme en su brillo.
Allí estaba ella, sentada, mirandome hasta que su teléfono sonó, causando que apartará su vista de mí.
En ese momento supe que no importaba si todo detrás de ella estaba destruido, si el mundo se volvía oscuro y la ciudad estaba desecha. Pues si ella estaba en ese lugar, automáticamente el mundo se haría un lugar hermoso, tan sólo por ver su linda sonrisa formada con esos labios rosados que invitan a probarlos.
Entonces al mirarla podría respirar y caminar a su lado para arreglar este mundo horrible, que ella arregla con su sola presencia, porque ella se volvería mi mundo. Sin embargo al bajar del autobús, noté que nunca sería así.
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